| 2008
El conjunto de piezas (cuadros unitarios, dípticos y polípticos) que presenta la artista en esta exhibición aparece organizado bajo un formato muy representativo en las prácticas artísticas contemporáneas: la estación visual. Este concepto de estación o temporada que acaba siendo un recurso museológico —y que también resulta un modo discursivo actualizado para la recepción del espectador—, en el caso de María José Romero, fue regla esencial del proceso de producción que generó las obras. La historia detrás de Craxis —según ha revelado la artista en una conversación— comenzó con un accidente sufrido por ella (una caída con secuelas de convalecencia). Es seguro, aparte de las referencias al citado suceso que se muestran y ocultan en el imaginario de las pinturas, que el acontecimiento disparó una serie de otros móviles creativos en la sensibilidad de la artista. La colección de diez piezas que aquí se presenta y que, por cierto, incluye un cuadro muy energético que fue pintado en la superficie del piso del taller de María José, es más que el resultado de un episodio traumático porque transmite, desde mi punto de vista, una secuencia de trabajos que en la superficie transforma por la vía de la autocrítica sutil, pero de fondo lo que la artista había hecho en el periodo que va de la exposición Fuerza Vital (Arte Quimera Proyectos, 2003) hasta Urantia ( O Galería, 2006).
Asumiendo el riesgo de caer en el lugar común inútil, digamos que es innegable que la contribución de Craxis al medio del arte interesado en la exhibición —comparada con los aportes de los conjuntos anteriores— está en un nivel de propuesta más consumado, es decir, que en esta ocasión, María José ha logrado un stage en el que las piezas y el desarrollo de la serie completa ponen en juego recursos de mayor síntesis visual, como puede verse en el aerodinamismo más depurado de las tramas formales, en la combinatoria de los pasajes biomórficos con los fragmentos de estética industrial y en el uso extremo del protagonismo de la monocromía.
Por otro lado, la artista ha mantenido un componente muy llamativo de continuidad respecto de su obra anterior: los títulos que ha dado a las pinturas, ahora igual que siempre, hacen alusión a realidades de la experiencia del cuerpo en el mundo, vinculadas a nociones abstractas o conceptuales. Craxis, palabra compuesta que significa ruptura o cóccix da nombre a la imagen seminal de la estación pictórica y, a partir de ahí, todo se articula en el transcurso de los títulos con la figura de la flor, el principio del eje rector y la lógica de la razón en una secuencia (Ratio) —en este caso se trata del políptico que cierra la sesión— y, entre otros términos y enunciados, con la aventura de conocimiento y de rito de paso que sugieren Dislexia y Del otro lado del jardín.
La estación pudiera manifestar, en la sucesión que nos pone frente a cuadros autónomos, ensambles y piezas consteladas, algo así como una proposición capital: María José imagina un mecanismo sentimental en el que la vida de un núcleo de vida cohabita con las fuerzas representadas por las estructuras geometrizantes, para finalmente entrar en colisión, ¿armónica?, con el imperio de la materia inorganizada y aleatoria. El espectáculo resultante colinda con la sensación que nos proporciona la proximidad de lo misterioso.
Erik Castillo
Ciudad de México, 2008